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Desde hace un buen tiempo me parece que existe una presión muy, muy grande por ser feliz, como si el resto de emociones, incluso las que no nos hacen sentir tan bien, no fueran naturales, normales y necesarias para una vida saludable en todos los ámbitos.

Lamentablemente cada vez es más común encontrarnos con esa fórmula de éxito (muy, muy asociada al dinero), en la que aparece un “elegido” a decirnos que si él pudo, por qué tú no. Que si él tiene, por qué tú no. Que si él sueña, por qué tú no. Y bueno, por una sola cosa: porque tú no eres él. O ella. Tú eres tú, con tus gustos, tus emociones, tu personalidad, tu historia, tu camino, tu familia, tus cargas y tus alegrías, entonces sólo puedes ser tú, no puedes ser otro/a. Pero como ese otro te muestra esa vida “perfecta”, esa imagen inmejorable, esa idea de “todo es posible”, esa alta toxicidad de “eres lo máximo, no te resistas a ello”, y todo eso suena tan bien, y tan fácil y parece tan real (lo estás viendo en redes), lo compras. Le crees, confías y compras. Pero ¿qué estás comprando? ¿Compras el libro o compras la vida que estás viendo que quien te lo vende? ¿Compras el curso o compras el lujo que supuestamente te llegará, que es el lujo de quien te lo vende? ¿Compras el producto o compras la promesa de que eso cambiará, mágicamente, tu vida?

Confieso que en algún momento “compré” la fórmula mágica, aunque nunca me sentí del todo cómoda. Sentí, en realidad, que si a todos les funcionaba, algo tenía que haber, y que eso que sentía adentro seguramente era mi pesimismo y no una alarma real sobre el engaño, como verdaderamente lo fue. En un momento vulnerable, en el que me sentí muy perdida en relación a muchas cosas, necesitaba urgentemente respuestas, y ahí las ofrecían de manera muy efectiva. Y la verdad es que es muy fácil caer en esta ola que viene a decirte (sin decir explícitamente), que tiene la solución a eso que internamente te molesta. Y leí libros, y me repetí frases, y consumí redes y mensajes, pero algo, algo dentro de mí no estaba funcionando, no me hacía click. Y empecé a pensar que el problema era yo. ¿Cómo era posible que no me cuadrara nada si todo lo que veía era vidas felices? ¿Acaso no quería ser feliz? ¿Por qué no me alcanzaba con repetir el mantra, con ignorar los días malos, con decirme lo hermosa, bella y única que soy y con repetirme que no importa si nadie más lo ve, porque conmigo basta y sobra? 

Y esa respuesta apareció en el lugar más inesperado. Apareció cuando entró un mensaje de texto a mi celular de parte de ella, quien me cuidó en la infancia, contándome cómo estaba y preguntándome cómo estaba yo. Apareció cuando me pregunté: ¿en verdad ella va a solucionar sus problemas solamente pidiéndole al Universo que le ayude? ¿En verdad ella va a lograr terminar sus estudios tardíos de colegio, en las noches, cuando para llegar a su casa tiene que caminar más de 8 kms por caminos sin luz y de tierra porque no hay transporte público? ¿Será que si le comparto la fórmula y le paso unos libros, su actitud va a cambiar tanto que va a poder tener la vida de sus sueños que tiene, de entrada, mucho menos exigencias que la vida que yo tengo y doy por sentada? Y la realidad es que NO. 

Ese día me puse a pensar mucho en el tremendo discurso de manipulación detrás de esta falsa idea de felicidad que se vende en nombre del amor propio. Si fuera real, tendría que aplicar para todas las personas de este mundo, porque mientras algo se base sólo en el privilegio y en la capacidad y posibilidad de consumo, no estamos hablando en las mismas condiciones. También me puse a pensar que para pensar en mí no tengo que dejar de pensar en el otro, y que por el contrario, incluir a ese otro en mi vida me da como resultado un nosotros. Y ese nosotros es parte importante para mi, porque no estoy sola en el mundo, no existo en soledad y no quiero sentirme sola. Quiero construir una vida armónica con el resto de personas que me rodean, aunque no sea posible con todas, aunque no sea perfecto con todas. 

Tengo la certeza de que la solución mágica no existe, pero también sé que suena tan bien que es difícil explicarlo sin parecer pesimista. Todo suena tan bien y tan bueno que quien no lo entiende aún no ha visto “la luz” y no está dentro del privilegiado grupo que tomó control de su vida, que alcanzará todos sus sueños, que no tiene límites, y que no tiene imposibles. ¿Qué pasará entonces cuando no pueda alcanzar una meta? ¿Qué ocurrirá cuando algo salga mal (como pasan cosas en la vida) y no pueda sostenerse de ese logro? ¿Se caerán todos esos cimientos de ese amor propio? ¿No es mejor poder vivir en nuestra propia imperfección? ¿Con nuestros defectos, nuestros fracasos y con esas cosas no tan buenas que tenemos? ¿No es mejor respetarnos y aceptarnos en lugar de obligarnos a ser un otro sin sustento? 

En este episodio hay todas estas reflexiones, muchas que para mi han llegado de mis dudas y conversaciones con Esteban Laso, un profesional excepcional y un buen amigo, que ha podido acompañarme muchos años en procesos personales muy importantes para mi. La invitación es siempre a cuestionarlo todo. A analizar. A no quedarnos solo con la parte linda, sino a profundizar un poco más para descubrirnos verdaderamente, porque solo en ese espacio profundo en el que nos vemos está nuestro yo más auténtico y un amor puro y verdadero hacia lo que somos, sin tener forzarlo a ser algo distinto a lo que, simplemente, es.

¡Conoce más de lo que hablamos en el episodio!

Esteban Laso, psicólogo.
  • Puedes tener más información sobre Esteban Laso y su trabajo en su web www.psicologiaenpositivo.com. Ahí podrás conocer más sobre su trabajo y agendar una cita para terapia uno a uno, en modalidad virtual.
  • Esteban no usa Instagram, si quieres dejarle un mensaje personal puedes hacerlo a través de su web o en cualquiera de los canales de Qué tal de Amores.
  • Conoce aquí más de Jiddu Krishnamurti, escrito y pensador indio de Esteban se refiere al inicio del episodio (esta información está en inglés).
  • ¡Aquí el meme al que también se hace referencia en el episodio 8! ¿Lo habías visto?
Tomado de Pinterest

Para terminar, te dejo una reflexión que compartió Esteban en su Facebook personal y que me parece muy pertinente para este tema:

“Llamar “capitalismo” al modelo contemporáneo es engañoso: no vive de crear cada vez más capital sino cada vez más deuda, tanto de los individuos como las empresas y los países. Debería, por tanto, llamarse “deudismo”.
El deudismo económico no puede funcionar sin el deudismo psicológico. Para convencerte de gastar más de lo que tienes, el deudismo te crea una “deuda emocional”: la sensación constante, ubicua y perturbadora de que no eres suficiente, de que te faltan éste conocimiento, ese celular, aquél cuerpo escultural… para estar “al cien”, par alcanzar ese ideal que encarnan los influencers, artistas, futbolistas y demás representantes de esa fantasía de perfección, atractivo y omnipotencia.
Por tanto, el primer paso para trascender el capitalismo a nivel individual es identificar el mensaje tóxico del deudismo emocional para diferenciarse de él. Pues si el deudismo nos controla conquistando nuestra psique, es en el terreno de la psique que debemos empezar a repelerlo”.

¡Nos vemos la semana que viene, desde hoy, todos los miércoles!

nicole