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Hablar de identidad no es fácil. Parece fácil, parece sencillo, parece que fuera suficiente con decir nombre, edad, género (si es que te dan todas las opciones), nacionalidad y grupo racial al que se pertenece (o se cree que se pertenece). Para que sea un poco más completo, se le puede agregar algún otro detalle familiar o alguna seña particular. Y para que sea más sencillo, concreto y simple, el Estado ha decidido otorgarnos un número único e irrepetible, así no le damos muchas vueltas a la identidad y solo contestamos con toda la seguridad: 171292xxxx. 

Pero la identidad, desde donde yo la miro, es más que eso: más que lo que ponemos en el CV o en linkedin, más que lo que nos describe desde afuera y más que lo que nos vuelve, literalmente, un número. La identidad tiene un componente interior que no es sencillo de ver; un componente que pasa muchas veces callado, escondido, o que simplemente está cubierto por otras cosas que nos nublan la mente y que no nos permiten escucharnos ni oírnos a nosotras/os mismas/os. Un componente que nos diferencia del resto desde nuestra individualidad, y nos une inevitablemente desde nuestros intereses comunes. Un componente que sale desde nuestros más profundos deseos y hace que nos sintamos en comodidad absoluta en determinado lugar, de cierta manera, con determinadas personas, con ciertas conversaciones. Un componente que hace que nos reconozcamos desde un espacio propio y auténtico y no desde los espacios externos o desde los mandatos impuestos. Un componente que nos permite cerrar los ojos, un momento, y disfrutar de lo que somos, no de lo que “debemos” ser. 

Y todo se oye lindo, y tan real, y tan cercano, y resulta que NO, no es tan fácil. Detrás de esas palabras que tienen, de cierta forma, un componente de romanticismo, hay procesos largos y personales de autoconocimiento y de aceptación a lo que somos, tal como somos, sin obligarnos a cambiar en base a estereotipos, imposiciones y/o heridas no resueltas, sino solo parando un poco y aprendiendo a callar las voces que no nos permiten escuchar la nuestra que, sin duda y por experiencia propia les digo, sabe exactamente quién es y qué quiere. El reto real está, entonces, en encontrarla.

El episodio 5 del podcast me dejó un sabor muy dulce. Entrevisté a Ana María Buitrón y compartí con ella su propio proceso de crecimiento y aceptación que empezó con una situación que quizá otra persona no habría tomado tanto en cuenta: la incomodidad que le había generado, durante años, su pelo. ¿Por qué? Ana es mestiza, con una piel muy clara y tiene un cabello afro que no es usual para su grupo racial. Quizá por eso pasó años en peluquerías de todo tipo, usando productos y químicos de todo estilo, en busca de que su pelo fuera más “manejable” o más “acorde” a su mundo y a lo que ella veía a su alrededor. 

Cuando decidió dejar de luchar contra su pelo natural y solo lo dejó ser, también se dejó ser a sí misma. Yo me la imagino reconociéndose en el espejo todas las mañanas. Preguntándose, quizá, quién es esta nueva Ana que hoy lleva el pelo suelto. Dejando fluir las sensaciones y emociones de reencontrarse consigo misma a través de esos churos que, sin duda alguna, son parte de su identidad, esa que sé que estuvo buscando durante mucho tiempo, porque como ella misma dice, necesitaba saber quién es y para qué está aquí. Y la respuesta estaba más cerca de lo que ella misma imaginaba.

Cuando el pelo dejó de ser un asunto del que preocuparse cada cierto tiempo en la peluquería, su enfoque cambió y empezó a pensar y reflexionar otras cosas: sus gustos, sus pasiones, sus aficiones, sus intereses, su realización personal. Cuando se dejó ser, se pudo escuchar. Y la voz fue fuerte y clara: quiero dedicarme a la foto y a hacer proyectos sociales que aporten en la vida de la gente. Y no hay más. 

Y eso, justo eso, es lo que nos cuenta en el episodio desde un lugar muy auténtico y honesto, mostrando sus churos y con ellos sus propios procesos, amores y logros que hoy se visibilizan en sus fotografías que no solo retratan personas, sino que captan sensaciones, sentimientos, emociones, problemáticas, verdades, conflictos, denuncias. Hoy esas fotos se convierten en voces y oportunidades. Hoy su oficio no solo se queda en la estética de la fotografía, y su vida no solo se queda en la estética del pelo. Hoy todo ese camino cobró un hermoso sentido que permite que otras personas puedan encontrar en la foto un camino para hablar y encontrarse a sí mismas.

¡Conoce más de lo que hablamos en el episodio!

  • Pueden seguir a Ana María en su Instagram: @lachuros (ya conocen toda la connotación del nombre, ¡no es porque sí!
  • En su página web, www.anamariabuitron.com, pueden conocer más de todo su trabajo y proyectos fotográficos. 
  • Ahí también pueden encontrar información sobre Desatadas: la identidad de las mujeres a través de la estética del cabello. Si quieres enviar tu testimonio puedes enviar un email a anamariabuitron@gmail.com
  • Desatadas fue su proyecto para estudiar fotografía en el ICP de New York.

Más datos sobre Ana María:

  • Fotógrafa documental ecuatoriana con base en Quito.
  • Estudió periodismo en la Universidad Católica en Quito y una maestría en Comunicación Audiovisual en la UCA Argentina. 
  • En 2014 creó el proyecto de IG @EverydayEcuador.
  • En 2016, Ana y yo trabajamos juntas para la ONG Save the Children en el proyecto “Desde mi mirada, talleres de fotografía en espacios amigables” como parte de la respuesta humanitaria ante el terremoto que ocurrió en ese año.
  • En 2019 recibió la nominación para el Joop Swart Master Class del World Press Photo Foundation, fue seleccionada para la Residencia Artística Existimos (Bolivia) y para el Eddie Adams Workshop (NY) y ganó los fondos ODS para el periodismo en América Latina .